Noche y día juntos.
Terriblemente cruel.
Terriblemente dulce.
Depende de lo que hagas, depende como te portes.
Ella.
La que escribe.
La que canta.
La que camina con música y agua.
Ella perdona, siempre.
Pero ve tú a saber cuánto tiempo demora en lograrlo.
Ella es locura, pasión, desenfreno.
No conoce límites, no puede, no quiere.
Es leal, cómplice, compañera.
No traiciona, nunca traiciona.
La vi por primera vez hace unos años.
Bailamos, su perfume era suave.
Era todo, su risa, sus manos en mi cuello, su mirada divertida.
Quise besarla, no me atreví.
Tiempo después le di el pésame.
Mirada ausente, perdida.
Un poco de ella se fue con él.
No he vuelto a verla sonreír como en ese primer encuentro.
Hace unos meses conversamos.
Estaba ilusionada.
Traté de prevenirla, no me escuchó.
Luego me dediqué a recoger sus pedazos.
La invité a tomar chocolate caliente una tarde de agosto.
- No pienso hablar del tema.
- Olvídalo, solo quiero pasar un rato contigo.
Tan a la defensiva como un tiempo a esta parte.
Se veía cansada, triste.
Le di mi saco, las mangas le quedaban grandes.
- ¿Rivo?
- Fue, todo esta bien, aunque sea mejor.
Logré que esbozara una sonrisa de medio lado.
- Billar dices.
- Ja, te gusta perder.
Y, como es costumbre, acabamos haciendo algo muy opuesto a lo que teníamos planeado.
Si, me ganó, tomamos unas cervezas y la llevé a casa. El póker le ganó a nuestro cansancio y perdí de nuevo.
Se quedó dormida en el mueble.
Saqué una colcha del armario, le quité las botas.
Con un beso en la frente me despedí.
- Te quiero.
- Gracias por siempre estar.
Y.E
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