Jugaba de chica a ponerme la funda de la almohada en a cabeza, envolverme con una sábana y fingir que me estaba casando con el hombre de mi vida.
Luego desperté.
Luego desperté.
.
Otra vez, mi querida y atolondrada amiga, estaba en situación de bulto.
Debajo de mil cubrecamas, sus ojos me contaban que había llorado toda la noche, estaba comiendo un chocolate con maní y mirando a la nada.
- Te fuiste al carajo, date una ducha que apestas y se acaba esta mierda deprimente.
Su celular voló encima de mi cabeza.
- Lárgate.
Me acerqué.
- Dame un espacio que hace frío.
- Ni siquiera me dejas deprimirme en paz, te odio.
Tenía mil envolturas a su alrededor: lentejitas, chupetines, chocolates y para variar envases de helado vacíos.
Logré que regrese al mundo de los vivos, se lo debía.
- ¿Y ahora?
- Vamos a pasear, comprar cosas lindas y obvio, vamos a tomar algo.
Si alguien me hubiese prevenido de lo que nos íbamos a encontrar, no lo hubiera creído.
Estábamos en Miraflores buscando dónde tomar un trago, teníamos una que otra bolsita y esos gustitos nos habían dejado un poquito mucho en la quiebra.
Y, como el destino es un hijo de puta, los vi.
Entramos a ese bar al que queríamos ir desde hace tiempo, todo estaba bien, moríamos de risa por algo que ya ni siquiera recuerdo.
Ella se dio cuenta primero, me jaló.
Sus nervios la delataron y por fin me di cuenta de que era lo que quería ocultarme.
Mi "amiga" y el miserable que pudo sacar lo peor de mí. Es imposible estar bien con Dios y con el diablo. Simplemente no se puede.
Lo tenía a pasos de distancia.
- Fue, hay que salir de acá, se pudre todo.
Me jaló con más fuerza, dejé que me remolcara lo más lejos posible del diablo y Judas
Terminamos en su depa con una botella de tequila en el balcón.
Y si eso no era felicidad, estábamos muy cerca.
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