Temblaba delante mio.
Cabrón, ni siquiera puedes morir como los hombres. Al menos me hubiese gustado llevarme un buen último recuerdo.
- Hice lo mejor para los dos.
- No cagón, hiciste lo que se te canto el culo, sorete.
La 45 pesaba en mis manos, el dedo en el gatillo, apretaba y todo se iba al carajo y él lo sabía.
Era un placer morboso tener el poder en ese momento.
¿Qué se siente que alguien decida algo que te afecta directamente sin consultarlo? Feo, ¿no?
- Ya basta.
Entró a la habitación con una expresión imperturbable.
Maldita sea.
Me quito el arma de las manos y se la paso a uno de sus "colaboradores".
- Tú no. No te ensucies.
- No es tu problema.
- He dicho que tú no.
Me condujo con toda la delicadeza que era capaz hasta afuera. Prendió un cigarro para mi.
Mientras nos alejábamos, escuche el disparo.
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