Mirándonos. Sus manos en mi espalda, mis manos en su rostro. Sudor, ganas, amor. Nos pertenecíamos de una manera dulce, muy dulce.
Su sonrisa era paz, perfecta. Resumía todo lo bonito del mundo.
Cuándo me abrazaba guardaba cada latido de su corazón. Todo estaba bien, yo iba a estar bien.
Cada vez que se molestaba sentía una piedra en el estómago.
Sus ojos negros se fijaban en mí sin pestañear, enormes, espiando cada reacción, cada movimiento, buscando arrepentimiento.
Buscando no decepcionarse.
La belleza de las causas perdidas...
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