Llegué a su casa, estaba temblando, trataba de imaginar que simplemente estaba un poquito magullado y ya, subí las escaleras en dirección a su cuarto. Se me fue el alma cuándo lo vi con la mitad del cuerpo enyesado, moretones, un pómulo hinchado.
No pude evitar llorar.
- Por favor, prefiero que me grites a que te pongas a llorar, enserio.
Me sobresaltó su voz, hubiese jurado que estaba dormido.
Entré, me miraba con curiosidad, yo procuraba no mirarle. La última vez que estuvimos juntos todo no acabó muy bien y sabía que no iba a tardar mucho en que me ganaran las lágrimas de nuevo.
- Te llamo mi papá ¿no?
No conteste, quería sonar mala y el nudo en la garganta no ayudaba.
Deje la cartera, jalé un mueble para estar al costado de su cama, me senté abrazando mis rodillas.
Volteó y clavo su mirada en mi, por lo menos media hora, sin decir absolutamente nada.
- ¿Puedes hablar? Me estás volviendo loco, son meses que no nos vemos. ¿Por qué estás aquí?
Me conoce lo suficiente como para saber que no iba a decir nada, que lo podía ignorar en vivo, acaricio mi rodilla con su mano, la tomé y empecé a jugar con sus dedos.
- Al menos si te querías matar en piques me hubieses avisado, te daba un carro viejo y me dabas el tuyo.
- Se fue de las manos, un huevón se despistó y me chocó. Perdón.
No tardo en quedarse dormido, y yo con él, abrazada de su brazo.
Cuándo me despabile era muy tarde, ya de madrugada. Él estaba viendo tele. Yo estaba tapada con una manta roja.
- ¿Por qué no me despertaste?
- Porque hace tiempo que no estaba contigo, hace tiempo que no te veía dormir, quise aprovechar un poco. No te preocupes, mi papá te va a llevar.
No puede odiarlo, no cuándo se veía más débil que yo, aproveché en llamar a casa.
- ¿Vas a volver?
No le respondí, no quería prometer algo que tal vez y no cumplía.
Me acerqué con cuidado, besé su frente, tomo mi cintura con su brazo sano, me abrazó.
- Cuídate, no seas idiota y cuídate, si yo no te maté que tus estúpidos hobbys no lo hagan.
- Te quiero princesa.
Y eso fue lo último que pude soportar, tomé mis cosas y cerré su puerta sin mirar.
Al llegar a casa de lo único que estaba segura era que los recuerdos de un tiempo feliz me empujaron a su casa, a ver por mi misma que se iba a mejorar, ir y que sienta que no está solo. Estaba en paz conmigo. Había hecho lo correcto.
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