- Algunos maduramos. Calla y resume eso.
Él sabía que no iba a hablar, la bibliotecaria lo sabía y el guardia también. Salimos de la facultad y compramos cigarros, no teníamos buena proyección para la práctica de una hora después y tenía trabajo pendiente. Todo mal.
- Apestas a alcohol y puchos, tienes bolsas en los ojos, estás malhumorada, deja de joder y cuenta.
- Uhm, necesitamos un 17 hoy para levantar promedio, tengo chamba pendiente y estoy misia. ¿Qué más?
- ¿No vas a decir nada?
- No.
Y nos destrozaron. Salimos y reventé a patadas un bote de basura. Él trataba de comprobar con los apuntes que aunque sea llegamos a una nota decente.
- Por las huevas es.
- Pesimista de mierda.
El pasto ya estaba seco, nos acomodamos bajo el mini árbol que nos acompaña desde primer ciclo. Nos dormimos. Una pesadilla me despertó.
- Ok, igual no tienes nada que contarme ¿no?
- No.
- Cojuda.
- Amén.
Fuimos al estacionamiento, peleamos un poco porque no confiaba en mi capacidad para manejar en ese momento. Aceptó (o se rindió) subimos.
- ¿Por qué no puteas a todos?
- ¿Por qué preguntas tanto?
El volumen de la música estaba al máximo. No quería más preguntas.
Te dejé en casa y gracias a tu mirada recelosa entendí que no me ibas a dejar en paz. Arranqué, no te di tiempo de decir nada más.
Entre a la Panamericana a 120, ojalá hubiese un poli cerca, me hubiera venido bien correr un poco más.
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