Era la mañana de un viernes cualquiera.
Ya estabas en nuestra carpeta, periódico y jugo de fresa sobre la mesa, como siempre. Me instale a tu costado, robé tu jugo y llego ese profe que no nos gustaba. Estabas intranquila, mirabas mucho tu celular (ya me imaginaba el motivo).
De un momento a otro te levantaste intempestivamente, diciendo "me tengo que ir", temblabas tanto que no podías meter tus cosas en el bolso.
Te ayudé bajo la mirada inquisitiva del profesor, estabas muy nerviosa, secabas tus lágrimas con la manga de la casaca. Saliste corriendo del salón, te seguí.
Pude atraparte ya en el estacionamiento, me abalance antes que puedas abrir la puerta. No era seguro que manejaras en ese estado. Te ahogabas en llanto, aún recuerdo como te abrazabas a ti misma, en un intento de mantenerte entera, supongo.
Me costo mucho hacer que hables, luego trate de calmarte, trate que entendieras que estabas tomando conclusiones apresuradas, que no era tan...así.
Te lleve a casa, esperé que te duches y fuimos a Starbucks por esas galletas con chocolate que tanto te gustan. Me quede contigo todo el día, te dormiste en el mueble, te cargue hasta tu cuarto y fui a mi casa.
No supe nada de ti hasta el sábado en la noche, cuándo me llamaste a esa hora algo me dijo que todo se había ido al carajo.
- Yo tenía razón - en ese momento noté lo fría y dura que se había vuelto tu voz.
- Estoy en tu casa en 10 minutos.
- No, voy a dormir.
- No importa, voy.
- Estoy en tu casa en 10 minutos.
- No, voy a dormir.
- No importa, voy.
Agarre la moto, el motor gruñía mientras la hacía correr a todo lo que daba por la Panamericana.
Utilice la llave que me diste "en caso de emergencia", ahí estabas, sentada en una esquina de tu cuarto abrazando tus piernas, dormida.
Te llevé a la cama y me quedé contigo, conociéndote ibas a tener pesadillas, no quería dejarte sola. Pateaste, lloraste, gritaste, mencionabas ese nombre. Fue una noche horrible.
Desperté y ya no estabas, olvidé que tenías evento (en realidad, pensé que no irías), nunca imaginé lo que vendría luego.
Fueron dos semanas (casi tres) llenas de oscuridad, eras otra tú. Llegaba a clases y estabas sentada, mayormente viendo a un punto fijo, sin decir nada, a veces no te dabas cuenta que estaba a tu costado. No hablabas, no comías, no te movías. Reaccionabas mal, estabas irritada, agresiva, eso cuándo regresabas al mundo real. Actuabas por inercia. Estabas muerta.
Me partía el alma verte así.
Poco a poco fuiste regresando, dejaste la medicación, volviste a sonreír (tratabas, eso importa). Un lunes, luego del break encontré una lata de cerveza en mi carpeta, reconocí tu letra : "Gracias infinitamente". Gracias a ti, por no dejarte ir.
Escribo esto a petición tuya.
- ¿Nada? ¿enserio? ¿no recuerdas?
- No, la medicación era fuerte y no me deja recordar mucho.
- Ok, te lo escribo.
- No, la medicación era fuerte y no me deja recordar mucho.
- Ok, te lo escribo.
Me regalaste mi sonrisa preferida, y te alejaste ya con los audífonos puestos.
Gracias por volver, te extrañé muchísimo.
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