- ¿Uhm?
- Dura, fría, mala... no sé, extraño a la otra tú.
Sentados en una banquita del malecón, corría mucho viento, ya era muy noche (casi madrugada) tener el pelo corto me daba más frío.
Me mirabas, yo solo miraba a lo oscuro, ahí dónde se pierde el mar. Te ofrecí un cigarro, lo aceptaste, dejaste de mirarme. Me puse la chalina en un intento vano de agarrar un poco de calor.
- Ajá. Esa mentira que te funcione con todos, conmigo no.
Apoyé la cabeza en tu hombro, besaste mi cabello.
Compartíamos la pena, sentías mi tristeza como propia, eso era lo que no perdíamos. Nos conocemos desde los 10 años, y siempre vamos a estar juntos.
- Va a pasar, enana. Tú lo sabes, yo lo sé. Tienes que admitir que va a pasar, ya no va a doler, te vas a reír, lo prometo. Deja de castigarte. No eres adivina, pecaste de optimista, nada más. Y no está el tío pero yo estoy, estoy contigo y a pesar de ese carácter de mierda que adoptaste no me voy a ir.
- No "va a pasar", voy a ir olvidando, pero nunca va a pasar.
Entonces me di cuenta de lo que decías. Me escuché. Mi voz sonaba diferente, monocorde, muerta. Mi cara estaba congelada por una sola expresión, no había rastros de emoción alguna. Entré en pánico, me temblaba la mano. Te diste cuenta, me abrazaste, me acunaste.
Tenías ese donde de calmarme. Desde chicos, cada vez que estaba mal, cada vez que estaba desbordada tú solías encaminarme, contenerme.
Subimos al carro y fuimos a buscar cerveza, fue todo un milagro poder encontrar ese sitio abierto siendo casi las 4 am. Nos estacionamos en el garaje de mi edificio, la música retumbaba, no nos importo.
Bailamos encima del capó, cantamos, nos reímos mucho.
Despertamos como a las 9 am, asustados, asimilando que nos habíamos quedado dormidos. Te dejé en tu oficina, y me convertí en Meteoro para llegar a dar final.
Y un sms de mamá: "Ya bajen el volumen, bajo y rompo todo, aviso".
Gracias hermoso, mil gracias.
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