martes, 21 de abril de 2015

#VisitaInesperada

¿Cómo me iba a concentrar con su boca en mi cuello?
¿Cómo me iba a concentrar con su dedo recorriendo mi brazo mientras mis manos se aferraban a su nuca?
¿Cómo me iba a concentrar con nuestras miradas tan fijas?
¿Cómo me iba a concentrar con ese "te adoro" que salió de sus labios?

No podía escribir en esas condiciones y el timbre impertinente nos interrumpió. Aproveche la inesperada visita para escapar un rato.

Manejaba y fumaba, la música de la radio estaba a todo lo que daba. Y no me aguanté, pasé por su casa o, mejor dicho, estacioné al frente de su casa, junto al parque.
Reconoció el ruido del carro. A los 5 minutos ya estaba parado en su puerta.

Nos miramos el mismo rato que tardé en fumar 3 cigarros más. Él sabía que mis visitas eran como una mirada al pasado, una mirada metiche. Era la segunda que hacía en la misma semana.

Me condené. No tenía sentido, mi chico estaba en casa, esperándome.
Tenía que abandonar mi curiosidad morbosa antes que se me escapara de las manos y terminara odiándome de por vida.
Tenía que regresar a casa, tenía que regresar a sus brazos, a sus besos.

Abandonó la puerta y mientras cruzaba subí al carro y escapé lo más rápido posible.

Hice el recorrido muy rápido, la hora me favoreció mucho, todo estaba despejado.

El visitante ya se había marchado, él estaba sentado en el sillón, leía uno de mis libros, esperándome. Me recibió con los brazos abiertos, me senté en sus piernas y me acunó cual niña mientras besaba mi cabello. Lloré un poco sin que se diese cuenta.

Estar así era todo lo que quería, siempre.

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