- Me voy a ir.
Él estaba sentado, mirándome fijo, evaluando cada palabra.
- ¿Por qué?
- Porque hemos forzado mucho las cosas para que me quede. Todo lo que pudo salir mal ha salido peor y ya me cansé, ya me cansé de hacer todo mal. Estoy horriblemente cansada de estar triste. Necesito irme.
- ¿Y mamá?
- Por eso estoy hablando contigo, para que me ayudes con ese detalle.
Fueron dos semanas infumables, drama por todo sitio, llanto, reclamos, todo. Y aún quedaba otra despedida. La que dolía más. La que trataba de evitar a toda costa.
No le dije que me iba lejos, no me molesté en darle explicaciones ni motivos y cuándo haces eso las personas sacan sus propias conclusiones (por lo general, erradas). No lo pude abrazar, no pude decirle que lo iba a extrañar.
Salí de su casa secándome las lágrimas pero eran tantas que ya no pude. Me senté en una banca del parque de la vuelta hasta saber como respirar de nuevo.
Llegó el día.
Tenía las maletas listas. Tenía todo listo.
No, no crean que esperaba la escena del aeropuerto, el tipo apareciendo con rosas y una muriendo de amor.
Me despedí de mi familia y caminé sin mirar atrás.
Hasta siempre.
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