lunes, 28 de septiembre de 2015

#AngelEterno

Este es un homenaje muy pobre comparado a la gran huella que dejaste en mi vida.Nunca te dije lo mucho que te quiero.Gracias eternas. 





Filosofía II, año 2012.

Después de lo terriblemente aburrido que fue Filo I, no tenía muchas expectativas. 

Entró a mi nuevo salón un tipo más bien flaco, alto, con el cabello bastante poblado de canas. Me recordaba muchísimo a mi papá.

Fue la mejor clase que he tenido hasta ahora. Él tenía un carisma increíble, hacía muchas bromas y, en especial, se notaba de arranque lo buena persona que era. Me caía bien.

Terminó la clase y por primera vez lo lamenté en serio. Cuándo se paró de su escritorio y caminó hacia la puerta noté que lo aquejaba una leve cojera, enseguida sobé mi pierna derecha. Ese profesor al que recién conocía se había ganado mi respeto y mi cariño en una hora y quince minutos.

No me quería perder ni una sola de sus clases, siempre le ponía muchas ganas para llegar a tiempo. Puedo afirmar que con él aprendí muchas cosas además de la asignatura. No podías encontrar a una persona tan cague de risa y bondadosa. Nunca voy a olvidar cada sonrisa que me dedicó.

La primera vez que hablamos a solas yo estaba bastante alterada.

Un imbécil del salón se había burlado de mí de la manera más ruin. Pacheco acabó su clase, esperé que todos se fueran (incluido el imbécil) y nos quedamos los dos.

De manera muy atropellada le exigía que me lleve dónde el Decano, el Coordinador o dónde sea, que como era posible que un reverendo idiota me haga sentir tan mal y yo me lo tenga que fumar y demás argumentos pintados por la rabia del momento.

Él, muy paciente, escuchó todo mi monólogo. Hasta que ya no supe que más decir y salieron las lágrimas y mi deseo de nunca más volver a esa facultad.

La conversación que tuvimos luego de ese episodio duró dos horas, me contó cómo había adquirido esa cojera, me contó cómo había salido adelante siendo aún escolar soportando a idiotas como el tipo de ese día. 

Descubrimos que había vivido en el mismo distrito que yo y que había estudiado en el colegio que quedaba al frente de mi casa.

Ese profesor me dejó ver un poquito de su alma para calmar mi pena, hizo que sienta a mi viejo un poquito más cerca.

Luego de esa conversación quedé totalmente calmada.

El ciclo seguía.

Nadie se atrevía a copiar en sus exámenes. Menos en su parcial ni en el final. Así es cuándo se respeta/quiere al profesor.

La última clase que teníamos a fin de ciclo (antes del examen final) se despidió de nosotros.

Tuve una pena enorme (pero nada comparado con la que me embarga ahora)

Luego de ese ciclo me lo crucé pocas veces en la Universidad, después que fue mi profe de filosofía el buen Eduardo cayó enfermo.

Alguna vez nos vimos de casualidad en la calle, estaba con su hijita, nos abrazamos, me preguntó si seguía en la Universidad, cuándo le respondí que había cambiado de turno se quedó más tranquilo.

Todos, de alguna manera, tratamos de estar a su lado en esa lucha.

Pero los ángeles son del cielo y generalmente tienen que volver más rápido que los mortales. Te fuiste profe (¿y ahora quién me va a abrazar?).

Tu recuerdo siempre va a estar en mi corazón, tu sonrisa nunca va a desaparecer de mi memoria.

Ojalá tenga suerte y un día pueda volver a verte.

Al terminar de escribir esto sigo secando mis lágrimas, tu falta es irreemplazable. Fue tan bonito verte cruzar al menos por un ratito por mi camino.





Hasta siempre, querido Pacheco.

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