- Necesito una voz femenina urgente, por favor.
- ¿Cuándo?
- Ahorita, ensayo. ¿Estás en casa? Te mando un taxi.
Llegué al local barranquino una hora después, estaba inquieta, algo me decía que no iba a dormir esa noche.
Te encontré ansioso, preocupado, me abrazaste como si fuese lo mejor que te paso en la vida.
- Mil gracias, eres la mejor.
- Ja, me tengo que ir en un ratito o mañana me quedo dormida.
- Seis canciones y te vas.
¡¿SEIS CANCIONES?! Carajo.
Fue raro subir a un escenario después de tantísimo tiempo. Me temblaban las rodillas y el estómago lo tenía en los pies.
Empezamos con coros, tranquilo, se podía. No logré reconocer esa voz que se supone era la mía.
Luego llegaron las canciones en solitario y casi me da un infarto.
A pesar de que conocía a todas esas personas (amigos, compañeros, conocidos) me quería morir de la forma más literal que imaginen,
Primero me quede parada, congelada al medio con el micrófono en la mano. No me salía ni mu. A los pocos segundos empezó la magia de nuevo, así, sin que me de cuenta.
Me sentí liviana, con mucha energía, corría, gritaba, saltaba. La música sonaba fuerte, potente. Todo brillaba.
No fueron 6 canciones, fueron 10. Regresé a casa a las 3:00 am en punto y tuve que despertarme a las 5:00 am pero valió la pena.
Valió la pena saborear la vida, de nuevo.
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