Corría de un lado a otro de su cuarto, sacaba ropa de un cajón y la aventaba a la maleta, yo estaba sentada a un lado de la cama (bueno, casi echada) me daba nervios recordar que yo estaba así hace poco más de un mes.
- ¿Estás segura?
- Es la novena vez que preguntas lo mismo, ya te dije que si, es mi experiencia.
- Ajá, lo mismo dije yo y terminé casi sin chamba, con dos psicólogos y un psiquiatra.
- No es lo mismo, lo tuyo fue la cereza del pastel.
- Si hubiese cruzado el charco, yo me pego un tiro. Enserio.
No terminé de hablar y ella ya había salido corriendo del cuarto gritando "MI PASAPORTEEEE". Fui al balcón y prendí un cigarro. No me gustaba que se fuera, temía por su seguridad, trataba de cuidarla, de hacer lo que no hice conmigo en su momento.
- ¡BU!
Me sobresalté tanto que me quemé la mano con el pucho.
- Idiota.
- En una hora vienen a recogerme para llevarme al aeropuerto. Lo único que puedes hacer es desearme suerte.
Él la esperaba, muy lejos. Jamás la vi con esa sonrisa, con esa emoción. La entendía, esa era la molestia que sentía.
- Suerte, hermana.
- Solo es una semana, tonta. Relajémonos.
- Yo nací estresada.
Bajamos y nos acomodamos en el mueble.
Era impulsiva, amorosa, terca como nadie, arriesgada.
Daba todo, fiel creyente del amor. Ilusa.
Llegó su movilidad, acomodamos las maletas (parecía como si se fuera por meses) nos dimos un abrazo largo mientras repetía por novena vez "todo va a estar bien". No sé si era por mi o porque se quería convencer a si misma.