El frío de la madrugada acompañaba mi cansancio, cerré el libro de francés y prendí el ordenador. Cociné agua para el mate y empecé a recordar cada detalle de él. Se me ocurrieron mil versos dulces y la carecojuda, igual que la felicidad, fue inevitable.
Ese perfume (chocolate, vainilla, mora). Esa discusión eterna de sí, no. Esas noches tranquilas, sin pesadillas que me despierten sobresaltada. Esas noches acunada por el sonido de su corazón.
Su paciencia, sus chistes malos, su ternura.
Mi impulsividad, mis ganas de aprovechar cada momento. Sus pasatiempos, mis líneas. Malbec a la noche acompañando los ravioles.
Esa calidez. Esa sonrisa. Esos besos.
Me rendí, no iban a salir versos desesperados y llenos de tristeza, tampoco los extrañaba. Nada puede ser malo ahora.
Apagué las luces mientras caminaba hacia el cuarto.
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