En 30 años quiero tener una librería en el centro de alguna
ciudad muy lejos de aquí, quizás y nadie entre o solo lo hagan para curiosear,
no importa. Siempre habrá una buena conversación esperando y, si nos caemos
bien, una cerveza helada.
Poder vivir de las columnas que escribiré para algún diario
local, también de algún alquiler ya que, espero ser lo suficientemente
inteligente e invertir en algo.
Tener un departamento chico pero lindo en el tercer piso de
algún edificio. Claro, en honor a mis manías ese departamento tendría que tener
todas las medidas de seguridad posible; alarma interconectada con la policía,
doble chapa más barra metálica y unos cuántos perros asesinos #okno.
Recibir a los sobrinos teniendo siempre helado en la refri,
galletitas y unos brazos que los van a sostener hasta el último respiro.
En las madrugadas, cuándo no pueda dormir, quedarme en la
librería acompañada de una buena historia, una cajetilla de cigarros y algunos
muchos recuerdos furtivos que seguro me van a hacer llorar como niña, añorando
esos tiempos dónde mamá cocinaba pollo a la olla y papá me despertaba para
desayunar en familia los domingos.
No puedo decir que me veo acompañada, no lo sé, puede que las
cosas se transformen y el destino ubique niños corriendo por la librería, adueñándose
del lugar con sus risas. Puede que el departamento se convierta en una casa de
dos pisos con tres habitaciones, puede que también sumemos un perro que
crecería junto a una niña hermosa de cabello rizado que tenga mi nariz y la
sonrisa de su papá y a un niño de ojos grandes con el porte de su abuelo. Puede
que ellos jueguen junto a sus primos mientras él y yo jugamos a ser adultos
almorzando con los grandes.
Quién sabe, ¿no?
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