Ya no sentía dolor, eso era bueno, el único inconveniente es que no faltaba mucho para desmayarme.
- ¿Qué esperas para rendirte? Te están cagando a golpes.
- Déjala, fácil con eso aprende.
La sangre bajaba del corte de mi ceja, eso era lo que jodía más. Descansé un poco sobre las cuerdas mientras ellos seguían hablando, ya no me forzaba en entenderlos.
Me pusieron otro protector bucal, el mío estaba lleno de sangre y me ahogaba.
No podía dejar que una mocosa (en mejor estado físico) hiciera que 5 años haciendo box terminen en la basura.
- Si no volteas todo en 3 minutos , pierdes. Ya avisé.
Derecha...izquierda...ver doble y otro golpe en mi pobre mandíbula.
Otra vez a besar la lona.
- Tienes que aprender cuándo es que debes retirarte - Mi entrenador subió solo para levantar el brazo de la que me estaba reventando a golpes y mi orgullo, ego y dignidad quedaron tirados en la lona (igual que yo).
No me podía parar, estaba mareada.
En el colmo de la vergüenza trajeron una camilla porque me dolía cuándo intentaban cargarme.
Rehusé ir a la clínica a pasar los exámenes de ley, demoré hora y media en cambiarme mientras limpiaba los golpes, hasta ducharme dolía.
Tenía que encontrar una buena explicación para él, se iba a intrigar sobre mi aspecto horrorosamente masacrado.
Polera negra y jeans. Saliendo de los vestidores ella estaba esperándome.
- Discúlpame, ya no iba a golpear, estaba esperando que te rindas, nada más.
- Así es el juego.
No podía acercarme porque iba a notar el esfuerzo que tenía que hacer para cada movimiento.
Saliendo del estadio prendí un cigarro y me puse los audífonos.
Las personas me miraban raro, creo que llamaba la atención mi cara hinchada, mis labios rotos y el corte en mi ceja. En fin.
Quería llegar a casa tarde, directo a la cama. El celular estaba apagado, nadie iba a molestar.
Terminé en un bar de Barranco, pedí una cerveza, un trovador cantaba una de Sabina, yo le hacía los coros desde la barra.
- Tú no aprendes más, segunda vez en la semana que te encuentro así.
- Hola para ti también.
No estaba de humor, que se ahorre sus reproches.
Conversamos mucho, él había dejado la universidad por un instituto especializado y se había alejado de esas sustancias no tan buenas para la salud. Se sorprendió de que esté viviendo con alguien y yo me sorprendí de que ya sea papá.
- Estamos viejos, Bendezú.
- Ujum.
Tomamos unas cervezas más hasta que recordé mi celular apagado e imaginé los problemas que me traería eso (en especial a esas horas). 7 llamadas perdidas. La puta madre.
- Me tengo que ir - estaba lo suficientemente ebria como para no sentir dolor.
Pedí el taxi.
Mientras entraba tratando de hacer el menor ruido posible recordé esas veces de adolescente que hacía lo mismo en la casa de mamá y siempre la encontraba durmiendo en la sala, esperándome.
Me saque las botas y fui (en puntitas) al cuarto. Él ya dormía. Me puse pijama para que no se espantara con los golpes cuándo amaneciera.
- Al fin - sentía sus manos en mi rostro, hubiese apostado que estaba evaluando las heridas.
- Perdón.
- ¿Cuántos rounds aguantaste?
- ¿Cómo...?
- Digamos que estaban preocupados porque no quisiste ir al doctor, mañana te llevo.
- No.
Recostada en su pecho ya no dolía nada.