jueves, 10 de julio de 2014

#Imprevistos



La decisión no fue difícil, en realidad ni lo pensé tanto.
Estaba en camino al exilio cuando me di cuenta.
Regresar con mis abuelos siempre fue como volver en el tiempo, volver a un tiempo más fácil, volver a ser niña y esperar que los adultos solucionen los problemas, solo preocuparme en salir a jugar con mis primas y ser feliz.
Llegué con una tía que pasaba unos días en Perú, todo seguía igual: La casita, las parcelas, los animales, todo.
Los días eran tranquilos y lentos, alejada de Lima todo estaba más claro, nada era tan complicado y me gustaba.

Mis abuelos estaban preocupados, habían ciertos rumores que en las chacras pululaban ciertos individuos malos, delincuentes que violaban a las mujeres que tenían la mala suerte de cruzarse con ellos. Por ello se vieron obligados a contratar otro capataz, para evitar imprevistos en sus tierras.
Era el tercer día de paz, como las 4 de la tarde, mi abuelo dormía y yo quería naranjas, salí sin despertarlo ya que mi abuela y mi tía estaban en el pueblo.
Al ir por el caballo encontré al viejo capataz, le conté mis intenciones, me ofreció compañía y le dije que no, me pareció innecesario que mi abuelo se quede solo, además no iba a tardar. Me avisó que posiblemente el nuevo capataz este en las chacras, asentí y monte al caballo del abuelo que ya tenía el machete amarrado a la silla.
Llegué rápido, encontré a Argos y Rocky; dos de los ocho perros guardianes, tirados panza arriba después de comer un pollo entero, se levantaron para mover la cola y dar saltitos. Me acompañaron al paso del caballo.

Entre, ubique lo que quería, subí a un tronco con el machete en mano y empece a cortar.
A la media hora escuche trote de caballo, supuse que había llegado el capataz así que no me preocupé, ¡pero que equivocada estaba!

Haciendo honor a mi problema de concentración me percate que ya estaban cerca por la bulla incesante, estaban lo suficientemente cerca para ver que era joven y estaba sola en el momento equivocado.

Uno estaba montado a caballo, tendría 24 a 27 años, piel cobriza y ojos negros, poco agraciado y rojo por todo el licor que había ingerido, el otro, que iba a pie, era de piel albina; raro para estar expuesto a tanto sol, ojos negros, cabello amarrado en una coleta, no tendría mas de 22.
Se notaba que no eran capataces ni trabajadores, se notaba que eran niños de papá.
Puse mala cara, el machete comenzó a pesar mil kilos, sentí el temblor en mi espalda, el vacío en el estómago y como la sangre se me iba del rostro.

Me observaban y reían, reían como cazadores con su presa. "Fuera, son tierras ajenas" ni siquiera acabé de decir eso y explotaron en más risas. El que iba a pie habló "¿Tan linda y solita? podemos solucionarlo" .
Mi mente trabajaba rápido, el caballo estaba pastando como a dos metros y los perros comenzaron a ladrar, no tardarían en llegar los demás y podría escapar, y en el peor de los casos el machete en la mano me recordaba que siendo lo suficientemente rápida podía llevarme a uno por lo menos.

El que estaba montado se movió hasta quedar atrás de mí, Argos quería morder la pata del caballo, aparecieron 3 perros más, pero eso no detuvo al otro para acercarse pronunciando preguntas estúpidas como
"¿Por qué no conversamos un poco? ¿Ah preciosa?"
"Conversa con tu vieja"
Necesitaba que diera un paso más, así los perros se le lanzarían encima y yo podría correr al caballo.

Y gracias a Dios, o a lo que carajo sea, el galope de unos caballos me dio esperanzas de que no terminara tan mal como pensaba.
Aproveche que los dos idiotas se quedaron helados para correr a mi caballo, me monte y fui en dirección de los que se aproximaban, era el viejo capataz acompañado de un chico que se me hacia conocido.
Los indeseables huyeron al trote, los recién llegados, armados gracias a que mi abuelo nunca perdió el amor por los rifles, dispararon, no llegamos a ver si habían bajado a uno por lo menos.

No paramos hasta llegar a la casa, no podía dejar de llorar, del susto y de la alegría, no podía dejar de agradecer.

"Es que el se despertó y nos mandó a buscarla señorita, estaba muy molesto por dejarla ir sola con todo lo que esta pasando"

A los segundos mi abuelo salió disparado de la casa, pero no para gritarme como había pensado, me abrazó (él no abraza a nadie) y se contento con decir "¡Eres la imprudencia en persona!".

No es novedad viejito.



No hay comentarios:

Publicar un comentario