Y, como siempre, marque el mismo número que me había salvado desde que tengo memoria, él no me fallaba nunca, que Dios ni que Dios, él era mi puerto seguro.
La conversación fue rápida, pasaba por mi en 5 minutos.
Era muy tarde, zona residencial y todo pero estaba asustada, no llevaba casaca y la madrugada estaba helada, me senté en la vereda, escondida entre algunos árboles esperando que la camioneta negra se asomara por la calle.
Llegó a los 4 minutos y medio, ese carro si que volaba, salí corriendo de mi escondite y subí al lado del copiloto, arrancamos sin bulla, era un susurro en medio de la noche.
No decíamos nada, él sabía que no era momento de preguntas.
Llegamos a su edificio, mientras subíamos por el ascensor no pude aguantar más las lágrimas y el asco, quería vomitar, yo me daba asco.
Él me abrazó, él y su metro noventa y cinco y esos brazos que bien pueden ser del ancho de mi cuerpo, entramos y ahí estaba su chico.
Por lo que noté en medio de mi crisis, estaba terminando de desarmar la mesa, me pareció haber interrumpido una cena especial o algo así, nadie estaba molesto y menos incómodo, los dos trataban, por todos los medios, de ser cálidos y hacerme sentir mejor.
Él me llevó al cuarto de invitados, ese cuarto que había sido mi refugio secreto en muchos momentos.
- Te prometí que nunca te iba a abandonar y, nunca es nunca, ¿no?
Nos abrazamos más rato, parados en la puerta del cuarto mientras secaba mis lágrimas con su polo rojo. Me dio un beso en la frente y se fue. Su chico estaba en el baño del cuarto preparando la ducha, me alcanzó unas pijamas y me abrazó, me disculpé por interrumpir su momento especial.
- No hay problema, eres muy especial para él, por lo tanto, también para mi.
En ese momento me sentí un poco menos sola.
Llamé a casa y le avisé a mamá que iba a pasar la noche en el depa de los chicos, su molestia fue pasajera, luego me preguntó si estaba bien, recompuse la voz y quise creer que la había engañado.
Y en momentos como esos te das cuenta que los ángeles si existen, y que, en el momento en el que más perdido estás, siempre, siempre te dan una mano.